– Por Norberto G. Asquini –

El cierre final y a los codazos (otro más) de la presentación de la lista de diputados provinciales de Juntos por el Cambio ante la justicia electoral mostró nuevamente dónde está puesto el interés de la oposición y los límites que tiene para su funcionamiento interno, y para competirle con posibilidades al peronismo.

El “poroteo” de nombres, tanto antes de la interna como en la definición de la lista, y la falta de consensos para funcionar demuestra que Juntos por el Cambio no deja de ser una coalición meramente electoral que se agrupa para disputarle las elecciones al PJ provincial. En su interior fluye así una voluntad para boicotearse permanentemente como opción de poder en la provincia.

Igual no demonicemos a la oposición al PJ en La Pampa. Algo similar está ocurriendo en el cierre de JxC de las distintas provincias (en Río Negro la UCR y el PRO van por separado) como a nivel nacional entre los presidenciables donde la desconfianza y la munición gruesa en las declaraciones parecen ser el norma.

La falta de acuerdos internos es un límite a sus pretensiones políticas que no solo explota cuando se confeccionan las listas y termina en una interna, sino que se arrastra a la campaña del frente (casi que los radicales y los amarillos hacen proselitismo por separado aunque se muestren juntos) y después se traslada a los cuerpos legislativos cuando separan los bloques. Esto lleva a preguntarse qué pasaría si ganaran la provincia.

Varios episodios ocurridos en las últimas semanas demuestran en la práctica a qué nos referimos cuando hablamos de los límites para ser una verdadera oposición al peronismo con posibilidades de ganarle.

El ex senador Juan Carlos Marino fue acusado de traidor por pedir en un mensaje de voz el voto a Martín Maquieyra para gobernador durante la interna. No cayó bien entre los suyos. Los radicales celestes, que han sido sus aliados y necesitan de su acompañamiento, pusieron un manto de piedad sobre ese hecho, los radicales azules que siempre fueron sus enemigos internos, pidieron su cabeza.

Pero, ¿estuvo mal lo que hizo? Guido Kazcka diría “está mal, pero no tan mal”. Puede considerarse como una jugada no leal al radicalismo, pero dentro de una coalición, ¿por qué no elegir y apoyar a otro sector por las razones que sea si todos están dentro de un frente? Esa división tajante y sin tregua entre radicales y amarillos es una grieta interna que se torna insalvable para los consensos. Termina limando las oportunidades y jugando para el peronismo.

Otro hecho fueron las palabras del candidato a intendente de Santa Rosa, Francisco Torroba, durante una reunión partidaria. Dijo que la fiscalización tiene que ser controlada por  el radicalismo porque en el PRO los fiscales no tienen convicción ya que son rentados y recordó una “traición” del PS en las elecciones del 2011.

No es el primer traspié que tiene Torroba en plena campaña, pero no significa que por eso la gente lo deje de votar. Esta vez no llegó a la altura de la gaffe del video de “Despacito” que en 2017 le significó una derrota en la interna frente a Martín Berhongaray.

Pero ese exabrupto creó rispideces con el PRO, cuando está por empezar la campaña. Sobre todo en quienes tienen una mirada crítica sobre esas posiciones a ultranza. Javier Mac Allister salió del segundo plano en el que se había mantenido para cruzarlo al candidato: “Es una máquina de decir pelotudeces”, dijo. Mac Allister fue quien en las reuniones del PRO nacional antes de las definiciones había pedido que en La Pampa no se llegara a una interna y se acordara una sola lista conjunta para no perder chances frente al peronismo. No lo tuvieron en cuenta.

Las palabras de Torroba y los cruces con el PRO debilitan el frente interno de JxC. Para las fuerzas “aliadas” que tienen que acompañar al radicalismo la lógica que queda es si en la campaña se da este nivel de enfrentamiento, qué pasaría si Torroba llega a ser intendente. ¿Los incorporaría como parte de una gestión municipal?

Hay ejemplos que muestran cómo los radicales no abren el juego al resto de sus aliados electorales. Pero también los hay de que sí pueden avanzar juntos en una coalición de gobierno, derribando las diferencias internas. General Acha es un caso. Abel Sabarots incorporó al PRO y hasta a algunos peronistas en su gobierno. Este año volvió a armar la lista de concejales dándole lugares al PRO, lo que fue objetado por los “viejos” radicales, siempre pensando en la interna más que en sumar.

Mientras todo esto ocurre, Juntos por el Cambio mira la gobernación de lejos, como algo intocable. Y muchos de sus dirigentes parecen resignarse a que pasen otros cuatro años en la misma situación. Mientras el fuego amigo siga vigente, no hay chances de revertir este escenario.