El periodista Rodolfo Walsh escribió en 1967 un artículo de investigación en el que daba a conocer documentación inédita y reservada sobre un hecho que involucraba a La Pampa y al peronismo. Allí sacó a la luz una historia secreta: las milicias obreras pampeanas que quisieron resistir la caída del presidente Perón.

Por Norberto G. Asquini

Rodolfo Walsh fue periodista de investigación, periodista militante y escritor de ficción. Si bien es recordado por su memorable “Carta abierta de un escritor a la Junta Militar” (1977) y por “Operación Masacre” (1957), también se destaca en su obra “Los oficios terrestres” (1965) que incluye el cuento “Esa mujer”, “Un kilo de oro” (1967) y “¿Quién mató a Rosendo?” (1969).

En la época de estos últimos libros, mediados de la década de 1960, Walsh había dejado atrás su antiperonismo de comienzos de los 50, su incursión en la Cuba revolucionaria y estaba en camino a su compromiso y militancia en el peronismo revolucionario.

En agosto de 1967 escribió un artículo para la revista “Todo es Historia”, de Félix Luna, una publicación que fue señera en la difusión de la historia nacional y que congregó tanto a historiadores académicos como revisionistas. En plena dictadura del general Juan Carlos Onganía, la foto de Perón se pudo ver en la tapa de la publicación y dentro la nota firmada por Walsh. El título: “El último servicio secreto de Perón”. Rescataba documentación original y reservada del KEES, el servicio de informaciones creado por el gobierno peronista ante las constantes conspiraciones militares. Walsh conjetura allí que Perón tal vez lo conformó porque no confiaba en los servicios militares de información.

Los cables de la Rosada

El periodista se hizo con las hojas dactilografiadas y copiadas al carbónico, y publicó las transmisiones del KEES durante el golpe de Estado de septiembre de 1955. En ese sangriento episodio, los golpistas acusaron al presidente Perón de querer armar a los obreros para resistir, cosa que no ocurrió.

Sin embargo, Walsh descubre cómo civiles, trabajadores, de la entonces Provincia Eva Perón, quisieron resistir el golpe de Estado. En el artículo se observa uno de los cables que se envió desde la Casa Rosada a la Provincia, a las 14.35 del 17 de septiembre, apenas comenzada la sublevación. “Comunique al señor gobernador, de parte del señor Ministro del Interior, que refuerce por todos los medios la Colonia Penal y si es necesario que arme civiles”. Estaba dirigida al mandatario

Salvador Ananía. Desde Santa Rosa contestaron: “La CGT tiene hombres armados en la calle para cualquier novedad”.

A las 21 horas, el KEES elevó un informe: “Se ha tenido conocimiento de que las autoridades de la CGT han solicitado a todos los secretarios gremiales la entrega con carácter de muy urgente de listas con personas de absoluta confianza dentro de cada gremio para la constitución de reservas”.

Walsh afirma al finalizar su artículo: “La idea de las milicias prosperó sólo en Santa Rosa. En la noche del 18, fueron disueltas por orden del Regimiento 13, que era leal”.

El periodista dio con una historia que permanecía oculta sobre lo que ocurrió en las calles de Santa Rosa en ese septiembre de 1955. Las “milicias obreras” existieron en La Pampa, o entonces Provincia Eva Perón. Civiles, que eran sindicalistas y trabajadores, decidieron resistir el golpe de Estado tomando las armas.

Walsh y después

En el archivo de la Justicia Provincial pudimos hilvanar el resto de la historia. Caído el gobierno peronista, el nuevo régimen militar y las autoridades de facto, comenzaron a enjuiciar a los miembros de la administración depuesta. En esos expedientes conservados en los archivos, buscando entrelíneas, está el resto de lo ocurrido en esas jornadas.

Fue así que un grupo de dirigentes sindicales de Santa Rosa se convocó el día 16 y junto al delegado Leonardo Rodil le pidió armas al gobernador Ananía durante una reunión en su despacho, cuando la gobernación quedaba en el edificio de la calle Pellegrini. El mandatario telefoneó al jefe de Policía, comisario Arturo Doyhenard, y le ordenó diera el armamento a los civiles para la defensa del gobierno. El mismo jefe del Regimiento de Toay, coronel Martín Barrantes, antes de salir hacia Bahía Blanca para combatir a los “rebeldes”, autorizó la entrega de 27 revólveres. Durante la Libertadora, Ananía sería acusado por la Comisión Investigadora, entre cantidad de causas, del faltante de 16 de esas armas. Sería sobreseído.

En otros expedientes se cuenta cómo dirigentes sindicales y trabajadores entre ellos molineros y fideeros, se congregaron para hacer las rondas y algunos piquetes frente a la parroquia o el local del PJ. Un grupo en un Jeep con el diputado Manuel Rodríguez se apostó en el aeródromo por si descendía algún avión de los sublevados. Otros fueron a la CPE, como José Chumbita, padre del escritor Hugo Chumbita, a pedir que cortaran la luz ante la posibilidad de bombardeos. Finalmente, el presidente Perón fue derrocado y algunos de los que participaron acusados de “intimidación pública” por el nuevo gobierno de facto. Varios de ellos participarían un año después, en la fallida Revolución de Valle del 9 de junio de 1956.

(El autor es autor, entre otros libros, de “Días de odio” (2011) donde se cuenta esta historia).