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«LA VIDA ME DA UNA SEGUNDA OPORTUNIDAD» una historia de Ignacio Medina

El historiador e investigador de oficio Ignacio «El Negro» Medina dejó un relato de lo sucedido hace hoy exactamente 46 años.

Era un martes 14 de mayo de 1979. En ese tiempo, mi padre Alfredo Medina, tenía un pequeño tambo y como anexo, un stud con 2 caballos de carreras, uno de ellos era “El viento”, protagonista de esta historia.
Eran las dos de la tarde de ese día, mi padre nos da la orden a mi hermano Rubén y a mí de llevar unas vacas lecheras al campito que quedaba a unos 5 km hacia el sur de nuestra casa, que está en la intersección de las rutas 1 y 18.
En mi caso, quiero aprovechar la situación para varear al “Viento”, un alazán carablanca con el que habíamos ganado cantidad de carreras cuadreras.
Era un caballo firme de boca. Por lo general, en los vareos se lo entrenaba con un freno “patalarga”, pero ese día cometí el error de enfrenarlo con un freno de puño. Recuerdo que le puse un mandil rojo con una cincha elástica. Lo monté y noté que estaba un poco brioso.
Emprendimos el arreo de las lecheras con sus terneros mi padre, Rubén y yo. Pasando el cementerio mi papá me da una orden: ¡Ignacio, volvete para el stud!
Obedeciendo el mandato, comencé el regreso. Al alazán se lo notaba enojado, quería correr; pero no podíamos hacerlo pues teníamos carrera ese 25 de Mayo en el “Hipódromo del Centro Vasco”.
Pasando por la orilla del pueblo, al llegar a la gomería de Jorge Funkner que estaba en construcción, y que dista de mi casa 1 km, acostumbrado a ser vareado en la huella a orillas del asfalto, el caballo insistió en correr, no lo pude dominar y se desbocó.
Mi padre siempre me aconsejaba que cuando se desboque un caballo, no lo tirara de la boca, que le diera un “chirlo” y déjalo correr para que se canse.
Traté de frenarlo, pero fue inútil, por lo que recordando lo aconsejado, le di un azote y me apilé.
Lamentablemente a unos 300 metros, el destino me iba a jugar una mala pasada. En ese lugar estaba la salida de camiones del matadero municipal, hoy polideportivo “Amauri Díaz”. Con el caballo a galope tendido, unos 20 metros antes veo que está saliendo un camión Mercedes Benz con acoplado del citado predio que era manejado por Gómez. Pensé en tirarme en plena carrera al ver que no iba a poder evitar el choque con el acoplado, pero sólo atiné a tomar con la mano derecha las riendas junto con las crines y con la izquierda estirada para adelante a fin de evitar golpearme la cabeza con el acoplado, pero fue inútil. La cabeza “Viento” llega antes que yo al acoplado donde quedan los sesos esparcidos en la superficie; luego pega mi cabeza dejándome un corte importante. Logro no desmayarme y al llegar al suelo, mirando a la derecha veo el caballo daba sus últimas patadas agónicas.
Me quería incorporar, pero no podía ponerme de pie. Pensé lo peor: que me había roto la columna.
En ese momento circulaba por el lugar en su auto René Stefanazzi con su pequeña hija, Jorgelina, y fueron testigos involuntarios del episodio. Frena y se dispone a auxiliarme. Le pido que me lleve al hospital pues no aguanto el dolor.
Camino al hospital le pregunto a René si me había cortado mucho la cabeza, pero quitando hierro a la situación responde que solo un poco, para tranquilizarme, cuando la realidad era otra.
Al llegar al nosocomio me reciben el doctor Juan Caviglia y la enfermera Sara Fernández de Rasera. Horas difíciles, luchando contra reloj a la muerte. A pesar de la gravedad de la situación, nunca perdí el conocimiento y era consciente de lo que ocurría alrededor. Deciden trasladarme en ambulancia al hospital “Lucio Molas” de Santa Rosa. Dicho vehículo era un rastrojero gasolero conducido por Miquel Rodríguez.
Recuerdo que cuando me sacan en camilla para trasladarme, había una multitud de gente. Entre ellos estaban mi padre Alfredo, mi madre Adelfa y un amigo de la infancia, Rubito Ortiz. Yo simulaba reírme para que no se preocuparan. Me acompañaron en el viaje mi padre y el doctor Juan Caviglia, al volante se encontraba Miguel Rodríguez.
Cuando pasamos por Ataliva Roca, se me sale el suero, pero no había tiempo para volver a conectarlo. Mi vista empezó a nublarse. Chuchos de frío y mucha sed a causa de la baja presión sanguínea por hemorragia interna.
En un momento le pido al doctor Juan que me dejara beber agua. Tiempo después me cuenta que me dio agua, para que por lo menos muriera tranquilo y sonriendo…
Tuve una cirugía para reparar un vaso sanguíneo, intervención realizada por los médicos García y Serrano. Después de convalecer varios días, regresé a Macachín y aquí me tienen