Por Norberto Asquini

La elección del 22 de octubre para el peronismo de La Pampa no fue solo cuestión, y acuciante, de sumar para un posible triunfo de Sergio Massa. Y menos meter un diputado nacional, que ya lo tenía. Ese domingo también el gobernador Sergio Ziliotto se jugó su liderazgo, o mejor dicho qué tipo de liderazgo, al frente del peronismo pampeano.

Fue la tercera elección que Ziliotto afrontó como gobernador. En las tres se jugó, con distinto peso y urgencia, su lugar como líder del espacio. En 2021 parecía el momento del despegue y la “ola opositora” nacional le pegó de lleno, y el PJ perdió. En mayo de 2023 fue en busca de la reelección con una oposición envalentonada, y en un contexto nacional en el que otras provincias peronistas cayeron una tras otra, y volvió a ser gobernador con el 49% de los votos. Nuevamente “puso la cara”, como se gusta decir, en estas presidenciales. El peronismo sufrió la “ola Milei” en las PASO y la remontó el domingo 22 de octubre.

Todavía falta la segunda vuelta, pero Ziliotto consolidó con el triunfo que le dio a Massa su lugar de liderazgo. No le debe nada a nadie. Para entenderlo ese capital político del que goza hoy tenemos que ver su llegada a Casa de Gobierno y cómo fue construyendo la conducción que representa. En 2019 con la venia del jefe político de la Plural, Carlos Verna, fue ungido como su sucesor. Vernista del entorno, era diputado nacional. Un par entre pares. A partir de su asunción fue afianzando su ascenso con la más dura, una pandemia terrible (cuya dureza pocos ya referencian) y afrontando una crisis económica galopante. Y fue construyendo poder desde la gestión y llevando en la espalda la carga de antecesores de peso. Desde ahí construyó su tipo de liderazgo.

Algunas voces señalaron en distintos momentos que ese apego por la gestión y su figura medida y sin estridencias representaba la “falta de política” en el peronismo. Ziliotto hizo política desde otro lado, con un perfil propio. Desde los gestos medidos y los equilibrios internos. Mostró gestión en medio del derrumbe generalizado y sostuvo la permanencia del peronismo (un peronismo territorial, provincial, federal) frente al caos (y el derrumbe) de la dirigencia del PJ nacional. En la elección presidencial se puso la campaña al hombro y afrontó desde la “épica territorial” (el término lo tomo del politólogo Facundo Cruz) una elección que dio vuelta. El peronismo levantó sus banderas, la gestión mostró su fortaleza y la militancia ganó la calle. Ziliotto hizo política para ponerse al frente de una victoria el 22 de octubre que también frenó a quienes ya se empezaban a probar el saco como posibles sucesores (a alguno se lo nota demasiado apurado) para dentro de cuatro años.

Ahora tiene por delante cuatro años de gobierno que los afronta ya como un líder del peronismo con capital político y electoral propio. Todavía falta el resultado del 19 de noviembre para saber qué rumbo le dará a su gestión. Seguramente cuando se conozca la composición del próximo gabinete (cambios, ajustes y permanencias) dará una idea hacia donde quiere encaminarse. Hoy tiene la centralidad del escenario político provincial y aunque no cuente con otra reelección, las decisiones deberán discutirse en su despacho.

Ziliotto además es parte del inevitable cambio generacional que se está observando en estos momentos en la política nacional. Todas las fuerzas políticas lo están viviendo, pero particularmente se da en el peronismo. Si gana Massa el 19 de noviembre, lo consagrará como presidente y nuevo jefe del PJ. Massa es parte de una nueva generación que se abre paso entre crisis de identidad y territorio en retroceso con actores como Axel Kicillof o Martín Llaryora que recién pasaron los 50 años. En el puñado de dirigentes de esa nueva camada que llegan impulsados por una victoria, se cuenta Ziliotto.